Coronavirus

El relato de una enfermera salteña que nunca se contagió pese a estar en la primera línea.

Claudia Fabiola Aylan es enfermera y se transformó en la encargada de la sala de coronavirus del Hospital Señor del Milagro

Claudia Fabiola Aylan, de 52 años, es una de las salteñas que combate desde el día uno y desde la primera línea de fuego la pandemia por la que Argentina acaba de superar las 100 mil muertes. Es supervisora general del Programa de Enfermería del Hospital Señor del Milagro y también realiza guardias activas en el el Sistema de Asistencia Médica para Emergencias y Catástrofes (SAMEC).
Recordó que en marzo de 2020 estaba en la cobertura de salud en la serenata de Cafayate y que, cuando volvió a la capital salteña, comenzaron a prepararse porque la crisis sanitaria ya avanzaba por Brasil y Chile.
De un día para otro, la sala de la unidad de desintoxicación de pacientes con problemas de adicción del Hospital Señor del Milagro se transformó en área COVID.
“Yo bajaba las novedades de internet todo el tiempo: cómo era el virus, cómo se transmitía, los contagios... Preparé la sala y nos capacitamos entre compañeros para recibir a los pacientes”, contó Claudia, licenciada en enfermería por la Universidad Maimónides de La Plata. En esos días recibieron la primer paciente COVID en el centro asistencial, una joven francesa.
“Nos protegiamos con lo que teníamos. A pesar de todo, atendíamos con mucha seguridad y sobre todo con la vocación que uno tiene”, sostuvo.
La profesional fue nombrada encargada de la sala COVID y en octubre de 2020 le tocó vivir uno de los momentos más críticos de su carrera. Su colega, Alejandro Cruz comenzó a sufrir síntomas. El hisopado le dio postivo. “Lo atendimos en la sala. Se internó un viernes y comenzó a desmejorar. Al sábado posterior falleció en la terapia”, recordó con dolor.
Es que la noche anterior a la muerte, Claudia tuvo que atenderlo y ver su sufrimiento. Sintió impotencia por no poder hacer mucho. 
Ella tiene un recuerdo que no se borra de su mente. “El miedo, pánico que sentía mi compañero Cruz. Me pedía ayuda con su mirada. Yo lo contenía de mil maneras. diciéndole que estaba con nosotros, que estábamos todos ahí, que ya iba a salir. Su pedido de ayuda no me lo saco más de la cabeza”, se lamentó. 
Ese mismo mes, otra colega, Dora Flores, se aisló en su casa por haber mantido contacto estrecho con una persona contagiada. Después de unos 15 días comenzó a desmejorar. La trasladaron al hospital y, como no había lugar, le consiguieron una cama de terapia en un hospital privado. Falleció. Estaba a punto de jubilarse. 
Otra colega de Claudia que se había desempeñado en el hospital y ya había accedido a la jubilación, Trinidad Mamaní, también murió por el virus. Además fallecieron trabajadores de las áreas de mantenimiento y fiscalización del hospital.
Claudia le agradece a Dios no haberse contagiado nunca a pesar de haber estado inmersa en las salas COVID. “No sé si es que estoy amparada por Dios o por la precaución que tengo. A veces me di manija con el tema. Me hice hisopados, análisis IGG-IGM. Todos dieron negativo”, expresó. Ya cuenta con las dos dosis de Sputnik V. 
El sufrimiento y agonía de los pacientes se hicieron parte del día a día de Claudia. “A veces tenemos que andar en la búsqueda de camas, ambulancias y ver el padecimiento del paciente hasta conseguir un lugar. Algunos fallecen”.
Contó que, al ver el sufrimiento constante, se avoca psicólogicamente a la atención de los pacientes. “Es como que una se hace dura”, expresó. Pero añadió: “Despues una recapacita e imagina cosas. Gracias a Dios mi vocación es atender al paciente. Estoy para eso y no me cuesta. Si tengo que correr y asistir a alguien que llega a la guardia y me necesita, lo hago sin dudarlo”. 
Claudia vive sobre la avenida San Martín, en la zona oeste, con sus dos hijos de 16 y 26 años.
En noviembre del año pasado, el mayor, José, sufrió coronavuris. Sospechan que se contagió cuando fue a cortarse el cabello. “Aplicando todos mis cuidados lo aislé en su habitación. Hizo dos días intensos de fiebre y luego gracias a Dios, con el antibiótico, el ibuprofeno, y el reposo se recuperó”, contó. 
Recomienda a la sociedad tratar de no tener miedo, porque eso paraliza, sino procurar aplicar los cuidados, fundamentalmente la protección de la nariz, la boca, los ojos y las manos. “Eso nos dará seguridad. En el hogar hay que tener un trapito de piso con lavandina para desinfectar el calzado y un lugar determinado para cambiarse la ropa cuando uno llega de la calle”, remarcó, al tiempo que agregó: “Las personas que se descontrolan tienen que tomar conciencia. Por un rato de locura, como lo sucedido con los festejos por la Copa América el viernes pasado, dentro de una semana tendremos más casos”, finalizó.

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